Lo cierto es que aquí no se por donde empezar. Esta claro que cuando viajas a Alaska esperas ver paisajes bonitos, montañas y algún animal salvaje de lejos. Ni por un momento se te ocurre imaginar lo que puede contemplarse en el Taku River.
La excursión consiste en un vuelo sobre el glaciar Taku, aterrizar en el lago del mismo nombre para comer algo de salmón a la brasa en un Loach, que es una cabaña comedor con una barbacoa al lado. Esa sería la explicación simple, pero lo que ves es mucho mas.
La excursión consiste en un vuelo sobre el glaciar Taku, aterrizar en el lago del mismo nombre para comer algo de salmón a la brasa en un Loach, que es una cabaña comedor con una barbacoa al lado. Esa sería la explicación simple, pero lo que ves es mucho mas.
La verdad es que yo esperaba que el vuelo en hidroavión fuese bastante movidito, pero no, la cosa va muy suave y cada uno tiene su asiento y su pequeña ventanilla para poder ver todo bien y sacar fotos. La sensación de sobrevolar el glaciar no creo que se pueda describir, la visión del hielo con esos colores azules y morados es como poco, emocionante. Pero la cosa no acaba aquí, aterrizamos (¿o se dice amerizamos?) en el lago para llegar al Loach. El Loach son unas cuantas casitas de madera despedigadas por la orilla del lago mirando hacia la desembocadura del glaciar. Ver ese glaciar tan cerca, con ese azul intenso rodeado por el increíble verde de los árboles de Alaska, de verdad que no tiene precio. Te corta la respiración y estarías contemplando esa imagen para siempre. Cuando consigues dejar de mirar el glaciar (y todo lo que le rodea), toca entrar a comer. Sacan unas bandejas con salmón a la brasa y algunas cosas como guarnición y nos vamos sirviendo. Una de las chicas se pone a contarnos la historia del lugar, pero es interrumpida por los ladridos de uno de los perros (hay unos cuatro rondando por allí), cuya función es básicamente ladrar si ven que se acerca un oso. La chica sale a comprobarlo, pero nos dice que no pasa nada, e intenta seguir con su historia pero vuelve a ser interrumpida por una chica que señala el ventanal que tenemos a nuestras espaldas. Efectivamente es un oso, nos giramos y contemplamos un “pequeño” oso negro pasando delante de nosotros, se dirige a la barbacoa donde estaban asando el salmón hace un momento. Se sube a la barbacoa de piedra y mete y saca la cabeza en los agujeros donde estaban las brasas. Salimos despacio de la casa sin hacer mucho ruido, todo lo poco que pueden hacer un grupo de turistas con sus respectivas cámaras, y nos quedamos parados a unos cuantos metros haciendole fotos. El oso saca la cabeza de vez en cuando, se relame y vuelve a por mas. Al cabo del rato volvemos dentro para acabar de comer y que la pobre chica termine su historia sobre el lugar. El oso sigue fuera a lo suyo. Resulta difícil atender a alguien que te esta contando algo, además en un idioma que no es el tuyo, cuando por la ventana puedes ver un oso alimentandose. No me importa si, como sospecho, el oso esta amaestrado y hace eso por costumbre, lo que me importa es que fue divertido y emocionante. ¿Cuántas veces puedes ver a semejante animal caminando suelto por ahí?. Muy pocas, la verdad.
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